Este es un artículo de Irene Selser, publicado en Milenio Diario
En la década de 1950 ocurrieron varias cosas, sin las cuales es impensable comprender el siglo XX: la irrupción de la televisión como medio masivo; la puesta en órbita del satélite ruso Sputnik I, seguido por Sputnik II con la perrita Laika como el primer ser vivo que viajó oficialmente al espacio y la cual, se sabe ahora, murió poco después de haber sido lanzada la nave, presa del calor y el pánico; la muerte de James Dean, el protagonista, bisexual y con dentadura postiza pese a su juventud, de Rebelde sin causa, fallecido en 1955 a los 24 años en un accidente de auto (la muerte de otro mito, Marilyn Monroe, sucedería en 1962); y la publicación de tres obras maestras de la ciencia ficción, del estadunidense Ray Bradbury, hoy de 84 años: Crónicas Marcianas (1950), El hombre ilustrado (1951) y Farenheit 451 (1953). Si a ello agregamos las anteriores Brave New World (Un mundo feliz, 1932) del inglés Aldous Huxley, y Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949) del británico George Orwell, tendremos el mejor instrumental anticipatorio de lo que es ya el siglo XXI.
El Orwell del Big Brother; Huxley (el devoto de la mezcalina y el LSD, sustancia con la cual se despidió del mundo, un 22 de noviembre) con su droga de la felicidad -el soma- para reprimir hasta los síntomas; y el maravilloso Bradbury, con su pequeño ejército de sabios nómadas, que deciden escribir en sus cuerpos la obra de los clásicos para salvar a la cultura de la depredación de los bomberos quema-libros en Farenheit 451 (en alusión a los grados en que se quema el papel), integran una triada donde ciencia y poética se unen, con el telón de fondo del atávico miedo a la muerte y la imposición por un Estado unilateral y totalitario del pensamiento monolítico, basado en el consumismo y en el más banal de los materialismos: una sociedad de zombies tecnodependientes, adictos a la TV y víctimas de la tiranía “de las mayorías”.
Según Huxley “un Estado totalitario realmente eficaz sería aquél en el que los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fue necesario ejercer coerción alguna, porque éstos amarían la servidumbre”.
Hace unos días, a raíz del amartizaje del Spirit, Bradbury dijo en breve entrevista con el diario Clarín de Buenos Aires que de llegar el hombre -(Bush Jr. dixit)- en el 2020 a Marte, deseaba que sus cenizas fuesen esparcidas en ésa, su casi segunda casa.
De los relatos de Crónicas marcianas, el peor de todos, por espeluznante, es la expedición del capitán John Black, que al frente de quince hombres se reencuentran en Marte con amigos y familiares ya muertos. Una réplica de padres idénticos, abuelos y hermanos darán la mejor acogida al capitán Black y sus confiados soldados. Por la mañana, los dieciséis hombres saldrán de sus casas en dirección al panteón marciano, adentro de dieciséis féretros construidos con toda celeridad por sus anfitriones.
Bradbury, visionario de la exploración espacial, afirmó que “salté y grité de alegría” en el laboratorio Jet Propulsion de la NASA, cuando se confirmó que había agua en Marte. “Dentro de cien años nos vamos a convertir en los nuevos marcianos”, añadió feliz como un chico.
jueves, enero 29, 2004
el Rene at 9:26 p.m.
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