lunes, febrero 12, 2007

Pink Eye and Coffee

Soy víctima de la paranoia. Tengo tres días con un ojo semicerrado. Conjuntivitis le llaman. Además de eso traigo la garganta cerrada. Dios bendiga la penicilina. El caso es que el viernes prácticamente la pase en casa, cuidando además a un siempre enfermo Nemo. Este lunes me aventuré a ir a trabajar. Y desde el momento en que llegué a la oficina, todo mundo brincó con la condición de mi ojo. Así que me mandaron de regreso a casa.
Me llama la atención la diferencia con México. Aquí en toda oficina encontrarás jabones antibacteriales, botes de aerosol tipo Lysol para desinfectar áreas comunes, llámense mesas, teléfonos, sillas. Todo mundo se cuida, toma distancia, lo mismo de la gripa que de cualquier otro virus. El caso es que yo en mi casa no trabajo y preferí llegar a un Starbucks.

Frente a mí hay una pareja discutiendo sobre bienes raíces, me imagino que uno de ellos es el agente y el otro un posible comprador o vendedor. A un lado están tres personas, cada una en su mesa, con sus computadoras. Al fondo están otras tres personas, todas ellas con computadoras, revisando hojas. Quién lo pensaría. Las oficinas empiezan a pasar de moda.

Como reportero escribí notas en infinidad de lugares. Llegué a tener mi computadora en plena rueda de prensa, escribiendo mientras la fuente hablaba. Lo hice varias veces, cuando había partidos de futbol de la Champions o algún partido importante en el Ruben Hood... tomando cerveza. Escribí en el Sanborn's. Lo hice en algún restaurante de Ensenada mientras comía mariscos. En la playa. Lo más exótico, en el estacionamiento de Viejas Casino. De ahí a dictarlo por teléfono.

Eso me parecía de lo más conveniente de la profesión. Me encantaba poder reportear y después desentenderme en el proceso de escribir. Podía relajarme, comer, lo que fuera, para después mandar o dictar.

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