sábado, febrero 17, 2007

Saturday Night Fever

Desconozco si existen estudios a fondo, pero creo que sería necesario. El futbol tiene un efecto curativo. Es raro, pero cierto.

Esta última semana ha sido difícil. De una infección de ojo hoy tengo una en la garganta. Es la misma, mutada. Pero lo más difícil es la fiebre. Sigo con la fiebre. Largas noches he pasado con ella, con alucinaciones.
Y sin embargo, nada resulta más terapeútico para mi que un partido de futbol. Y no, no tiene que ser europeo ni de alto nivel. El viernes en la noche vi una semifinal de futbol centroamericano. Panamá - Guatemala. Qué se podría esperar de dos equipos así. Por dos horas estuve jodido, pero de alguna forma relajado. Este sabado las jornadas de fiebre han sido intensas y a pesar de no ceder, se han hecho menos gracias a la jornada 6. Sólo durante los partidos de Pumas no hay relajación. Me brinca la emoción y últimamente la frustración. Pinche Tuca, se hubiera quedado en Tigres.

Son casi las diez de la noche y Toluca empata con América. Ya no hay fiebre y si no fuera por la medicina, estaría sirviéndome ahorita un vaso de Ron Zacapa Centenario... Hace unas semanas un compañero guatemalteco me trajo de su país una botella de ese ron. Lo había probado en su casa meses atrás durante una reunión. Así, me dijo, se toma sólo con un par de hielos. No le hizo falta coca cola. Una delicia. La botella permanece cerrada por las enfermedades, necesito una tregua.


Cinta Blanca
Tres o cuatro clases habré tenido, no más. Yo era un robusto niño de 7 u 8 años. El caso es que después de mi breve experiencia, jamás volví a hacer Karate. El estudio estaba a media cuadra de mi casa. Eran conocidos los maestros, vecinos de la misma colonia. Mi hermano había ido mas tiempo, un par de años quizás. En mi caso no me llamaba la atención y no se bien ocmo fue que entré, pero no duré. No era lo mio.

A sus cuatro años, el Nemo ha estado en sus clases de Tae Kwon Do más de lo que yo duré en el Karate. Va dos veces a la semana y lleva casi un mes. Al entrar al dojo se transforma. Tiene cuatro años, es lo que me sorprende. Se emociona, pero se lo aguanta. No brincotea, no bromea. Se mete en su rollo y se pone demasiado serio, casi parecería que está enojado.

Pero no, lo disfruta. Sale de su clase y empieza a platicar lo que hizo. El día de hoy completó por primera vez una rutina el sólo. La recordó y la ejecutó bien. Eso le valió una marca en su cinto blanco. Digamos que me llegó un orgullo de padre que no me había tocado sentir.

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