sábado, septiembre 11, 2004

Sin salir de casa...

Un buen día, cuando superó los sesenta años, mi abuelo decidió que ya no quería viajar.

Aunque no viajaba en exceso, siempre tenía al año un par de salidas, ya fuera a la Ciudad de México, Puebla o hasta Acapulco.

A Tijuana dejó de venir mucho tiempo antes. Prefería que nosotros fueramos a verlo.

Nunca dio explicaciones, simplemente dejó de hacerlo.

Me imagino que en parte estaba cansado de manejar o sintió que ya no estaba en condiciones óptimas de tomar carretera. Sin embargo tampoco salía cuando manejaba otro.

Su historia es de esas historias de novela. Su padre era político y viajaba por todo el país. A su muerte se sorprendieron todos cuando hijos y viudas surgieron de todas partes.

Mi abuelo comenzó a trabajar en una fábrica como obrero y años después terminó como gerente general. Eso de terminó es un decir, después de muchos años de trabajo decidió jubilarse, sin embargo seis o siete años después le volvieron a hablar para que se hiciera cargo de la fábrica.

Con calvicie juvenil y enfermedades gástricas crónicas, mi abuelo siempre se vio grande. Hombre de imagen seria, tenía un sentido del humor que sorprendía siempre.

Era callado y vivía contestando crucigramas y leyendo. Era un hombre feliz, me imagino.

Pero siempre me llamó la atención esa decisión de no volver a viajar.

Creo que quizás le preocupaba morir lejos de casa.



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