Espaldas mojadas
Cada semana, al menos tenía una nota sobre los migrantes. Había veces que llegaba a escribir cuatro o cinco, dependiendo de lo caliente del tema y de las fechas. En diciembre era de ley escribir. La Casa del Migrante se convertía en una parada obligatoria, sacar cifras anuales de migrantes, historias de frustración, etcétera. Además, era cuestión de esperar el correo de Claudia Smith o Enrique Morones. Eso sí siempre con las mismas declaraciones, los mismos datos, los mismos reclamos. No había originalidad, como no había - pensaba yo - originalidad en el problema en sí.
Pues bien, despues de tantos años en la reporteada, pensé que manejaba el tema, que era capaz de hablar y discutir sobre el tema. Pensé que lo sabía todo y me doy cuenta que no sabía nada. Un simple hecho, una simple historia me tiró de pronto esa visión de periódico.
En el tiempo que tenemos de vivir acá, poco más de un año, solamente hemos hecho unos amigos. Bueno, tengo amigos en el trabajo, pero amistad de fuera sólo ellos. Es una pareja de Tampico. Con un hijo de la misma edad que el Nemo. La relación empezó por la mamá del Nemo y me cayeron bien. Chambeadores. Indocumentados. Pero con varios años aquí. Recientemente fueron padres de nuevo. Recuerdo una llamada que recibimos de ellos un día. Estaban celebrando, gritando de emoción cuando el Senado gringo votó a favor de una reforma medio parchadona y rara migratoria. Me llamó la atención. Nunca había convivido tan de cerca con el problema de la migración indocumentada. Las cosas pintaban bien y de pronto cambió.
En pocas semanas se soltó la persecusión. En los noticieros, en los periódicos, pero sobre todo, de boca en boca, se dio cuenta de miles de migrantes detenidos en redadas en fábricas. Y de ahí la paranoia y el miedo. Dejaron de ir a Walmart. El rumor de que de pronto realizarían redadas ahí creció. Compraban el mandado en la madrugada, en tiendas que abrieran 24 horas. No salían excepto lo necesario. El miedo ahí, siempre presente. Sin saber si al salir de tu casa volverías a ella o algún amigo o familiar se encargaría de empacar todo y mandártelo en mudanza a México si te deportaran.
Valen madre las cifras, las historias de cerca son las que impactan. Sus amigos, también sin papeles, estaban en la misma situación. Y el miedo paraliza. Ahora parece que se regresan. Al menos ella con los niños. El seguirá chambeando y mandando dinero. Suena a una historia común, recurrente. Y lo es, una más, que me toca ver a mi de cerca sin saber qué decir.
viernes, enero 05, 2007
el Rene at 7:43 p.m.
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