Desde niño estoy acostumbrado a comer algún postre después de comer. Generalente algún chocolate o dulce. En casos desesperados una fruta cumple ese cometido.
Recuerdo particularmente la copita de rompope que mi abuelo nos regalaba a los nietos después de comer. Siempre era una copa, nunca más de eso.
Si termino de comer y mi organismo no recibe algún alimento dulce empiezo a sufrir una especie de síndrome de abstinencia, por lo cual mi casa tiene escondidos diversos dulces para las emergencias.
En las ocasiones en que salimos a comer en restaurantes, el problema del postre, así como las bebidas alcólicas que sirven de aperitivo, generalmente se restringen por cuestión económica.
He de reconocer que en eso soy muy codo. Me parece un agravio a la economía personal gastar 50 pesos en un pedazo pequeño de pastel y 30 por un café, cuando en cualquier lugarcito es posible encontrarlos por la mitad del precio.
Es por ello que tampoco acostumbro tomar alcohól en lugares. Como demonios podría pagar 60 pesos por un trago, digamos de absolut, cuando puedo comprar una botella por 12 dólares.
miércoles, mayo 26, 2004
el Rene at 4:25 p.m.
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